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La artesanía del cobre de Lahidz

Dejamos atrás la burbuja futurista de Bakú para adentrarnos en el Azerbaiyán más rural y auténtico. De hecho, nuestro destino es uno de los asentamientos más antiguos del país: Lahidz, un pueblo ubicado ya nuevamente en la ladera del Gran Cáucaso a unos 1.200 metros de altura ,a 180 km de Bakú algo más de 3 horas desde la capital , a 37 km del centro de la región,en la orilla izquierda del río Guirdimán entre Hovdag (2437 metros) y Niyaldagh (2322 metros).
En la “ajetreada” (dentro de lo que cabe) Plaza Mayor como en todos los pueblos tiene una gran vida social: jóvenes jugando en la calle, gente mayor sentada a la sombra charlando y haciendo las últimas compras del día en el único supermercado que hay precisamente aquí.
Lahidz tiene una tradición artesana muy reconocida especialmente en su trabajo con el cobre así como las alfombras (muy reconocidas tanto en Azerbaiyán como en el resto de países del Cáucaso). Todo esto se puede comprobar callejeando por la vía principal que sale desde la plaza mayor repleta de maestros que se dedican a ello y que tienen aquí sus talleres y pequeñas tiendas donde venden sus trabajos. Cada taller en Lahidz es como un pequeño museo que duerme bajo el polvo.
Se inscribió en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en el año 2015.
La artesanía del cobre de Lahidz comprende la fabricación y el uso tradicionales de objetos de cobre de la localidad de este nombre, situada en la vertiente sur de la cordillera del Cáucaso. La totalidad del proceso de fabricación lo coordina un maestro fundidor con la ayuda de un aprendiz, que va adquiriendo con la práctica el dominio de las diferentes técnicas. Un herrero atiza el fuego de la forja con un fuelle y martillea el cobre fundido hasta modelarlo en placas finas. Luego, un calderero pule y ornamenta esas placas hasta obtener el producto acabado.
Esta última etapa de la fabricación artesanal reviste una importancia cultural especial, ya que los motivos de ornamentación utilizados se centran a menudo en el medio ambiente y el entorno locales, reflejando los conocimientos y valores tradicionales de los depositarios de este arte tradicional. El maestro fundidor se encarga de vender los productos finales en el taller y de remunerar el trabajo de los artesanos que han participado en su fabricación. Los conocimientos y técnicas tradicionales de fabricación se transmiten de padres a hijos en el seno de las familias de fundidores.
Son muy numerosos los azerbaiyanos que se desplazan a la localidad de Lahidz a fin de comprar objetos de cobre para la vida diaria, en particular los de uso alimentario, por estimar que tienen repercusiones benéficas para la salud. Este arte tradicional no sólo constituye una fuente de ingresos importante para los artesanos, sino que además les infunde un fuerte sentimiento colectivo de identidad y orgullo. Además, la artesanía del cobre estrecha los vínculos familiares en el seno de la comunidad de Lahidz y se percibe como una seña de identidad inequívoca de esta localidad.
De todas estas habilidades artesanales hay constancia en varias galerías de arte, empezando por el Museo de Historia Nacional de Azerbaiyán (en Bakú) hasta el mismo Louvre. Sin ir más lejos, también aquí, en la parte superior del pueblo se encuentra un pequeño museo local formado por una única sala cargada con más de 1.000 elementos que repasan la también rica vida cultural del municipio.
Y aún hay más. Lahidz también ha desarrollado una técnica tradicional de construcción de sus viviendas propia conocida como dirvachu (muro de madera) que utiliza la piedra y la madera de una forma singular que las hace más resistentes a los varios terremotos que se producen en la zona.
Y es que Lahidz es tradicional en todo, incluso en la utilización de la madera para hacer fuego.
Lahidz fue en tiempos productor de cobre, pero al decaer la industria, los artesanos tuvieron que hacerse con el metal de otras zonas para mantener sus negocios, que representaban más de un centenar de talleres a principios del siglo XX.
Una tradición que se ha conservado en el Museo de Historia local, una antigua mezquita, que en 1992, fue transformada en una auténtica caverna de Alí Babá.
Pero van quedando pocos jóvenes maestros decoradores. Y la preservación de esta tradición se ha vuelto una prioridad. Los talleres, así como su aspecto exterior tradicional, están protegidos como un tesoro a preservar.
Caminando por las calles empedradas, ante estos talleres pintorescos tiendas, pararse a tomar el té es es otra tradición milenaria de este pueblo.
Una de las últimas consideraciones que hay que tener en cuenta al llegar aquí es que la mayoría de la población habla su propio idioma, el lahidzí (que procede del grupo de lenguas de Irán) así como el azerbaiyano y el ruso entre la gente más mayor.
Hay un sendero poco reconocible desde la entrada del pueblo siguiendo el afluente del río que conduce hasta las “ruinas” de la fortaleza de Niyal Qalasi (de hecho, tan sólo quedan algunas piedras que pasan totalmente desapercibidas). Siguiendo el mismo “camino” y durante poco más de una hora se llega a la cima de una montaña desde donde se pueden divisar las cordilleras del Gran Cáucaso de Azerbaiyán.

TURISMO 2018-12-19 14:35:00